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[Once meses sin aportar nada es demasiada vaguería. Quizá lo dejé porque lo que leo no suele estar en las mesas de novedades. ¿Qué importa?, me he dicho esta mañana. Esto es algo íntimo. Todo lo más, para curiosos].

viernes, 21 de enero de 2011

día 1205. El debate judicial sobre el asunto Ezra Pound, intervenciones de Robert Frost, Enest Hemingway, William Carlos Williams y T.S. Eliot

Aunque quede largo, estas 4 intervenciones ayudan mucho a situar a Pound como personaje y escritor.

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Robert Frost: Desde 1908, Ezra Pound se marchó de América. A partir de entonces, contando 23 años, se convirtió en el ministro sin cartera, el descubridor y promotor de la gran literatura europea. Siendo secretario de William Butler Yeats, en 1913 descubrió a James Joyce: en aquel caso, a través de un poema juvenil y sus primeras tentativas de prosa; a raíz de este encuentro nació una amistad que duró decenas de años; solo gracias a la mediación de Pound fue posible que se publicara la gran novela Ulysses. Al mantener una infatigable correspondencia con editores e incontables pequeñas revistas literarias –a las que asesoraba e incluso, si era preciso, financiaba-, se esforzó por hacer publicar esta novela, ocupándose también de que Joyce cobrara derechos de autor y de que la crítica le prestara atención. Fue Pound quien escribió los primeros grandes ensayos sobre Joyce: hizo lo mismo  con D.H. Lawrence, Wyndham Lewis y T.S Eliot; es más, a los consejos literarios de Pound y a su depuración estilística debemos la obra maestra del propio Eliot, The Waste Land. El gran escritor ruso Isaac Babel ha calificado a Pound como personaje ejemplar. Ernest Hemingway ha declarado que había “aprendido Pound más que de nadie en el mundo, que de él había aprendido cómo se debía escribir y cómo no se debía”. Pound proclamó los méritos de los Tr´picos de Henry Miller cuando nadie, en aquel tiempo, se atrevía a incluirlos en la literatura. Una considerable correspondencia da fe de la amistad que le unió con Cocteau y Louis Aragon.

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El secretario: Sr. Hemingway, se le ruega que diga su nombre y profesión.
Ernest Hemingway: Puede usted irse al carajo con sus formulismos, amigo. Soy Ernest Hemingway y Ezra Pound es amigo mío. Con eso basta. Tampoco he entendido ni una puñetera palabra de todas esas eruditas chorradas y chocheces que se acaban de soltar sobre sexo, fascismo y élites.
El presidente: Sr. Hemingway, lo lamento pero...
Ernest Hemingway: ¡No me interrumpa! Me trae sin cuidado lo que usted pueda lamentar. Yo, lo que lamento es la manera como se trata aquí a Ezra Pound. Seré sincero: quiero sacarle de aquí y voy a contar dos o tres cosas sobre él. Ezra Pound y yo siempre hemos estado muy unidos... El estudio en el que vivía con su mujer, Dorothy, en París, era tan modesto como señorial era el de Gertrude Stein. A su propia actividad poética no dedicaba más que la quinta parte de su tiempo... El restante lo dedicaba a mejorar la situación material de sus amigos y las condiciones de su traajo artístico. Les defendía cuando eran atacados. Les ayudaba a publicar en revistas, los sacaba de chirona. Les prestaba dinero, vendía sus cuadros, organizaba conciertos. Convencía a los editores para que les publicaran sus libros. Y cuando ellos creían hallarse a las puertas de la muerte, se quedaba con ellos toda la noche y era testigo de su testamento. Les pagaba las facturas del hospital y les disuadía del suicidio. Y, en pago a todo ello, sólo algunos de ellos renunciaban a darle una puñalada por la espalda a la primera ocasión.
¡Vean, señores, el tipo tan extraordinario que era! Y de lo que la matasanos esa ha contado, sus rollos sobre cerebro y cojones, todo eso me la suda. ¿Loco? ¿Y qué? ¡Claro que está loco!... como mínimo desde 1933.

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Sr. Williams, ¿conoce usted a Ezra Pound desde la época en que ambos estudiaban juntos?
William Carlos Williams: Exacto. Nunca explicar nada, esa era su divisa. Era fiel a ella y siguió siéndolo cuando, más adelante, se puso a escribir poemas. Lisa y llanamente, él vivía en más altas esferas que los demás habitantes del planeta, en esferas fuera de lo común. Hasta creo que se trata de un rasgo de su personalidad... que ha terminado por causar su perdición. Intentó hacerse sitio en el firmamento. Y, con un poco más de fortuna en lo financiero, lo habría conseguido. Desde aquella época, pero también luego en Londres, se entregó en cuerpo y alma a la vida bohemia de los artistas, adoptando sus poses extravagantes y toda su característica parafernalia: aretes turcos, chaquetas de terciopelo y melena flamígera. De cuando en cuando, él y yo discutíamos acerca de cuál debía ser el objetivo que debía perseguir un poeta: ¿el caviar o el pan? Yo estaba a favor del pan, Ezra a favor del caviar. Creía vivir una vida de poeta de hoy, y por ello entendía un tren de vida que solo muy pocos de los que actualmente nos dedicamos a esta noble actividad  nos atreveríamos a llevar.

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T.S. Eliot: Es sobradamente conocida la estrecha relación que me une a Ezra Pound, y quizá sea más apropiado que me permitan ceñirme a un único aspecto de su personalidad, o sea, sus incesantes esfuerzos por sustituir el mundo real por su contrario, el mundo de la pura forma: estos esfuerzos fueron los que gestaron su obra. A medida que cobraba cuerpo este segundo mundo se volvía una necesidad vital para él poder encontrar compañeros que tomaran en serio sus pretensiones elitistas y que incluso las compartieran. La opción existencial que escogió, por su cuenta y riesgo, de hecho no era más que la elección de un “personaje”, o, dicho de otro modo, de una “máscara”. Es decir, había optado por existir para los otros, en lugar de existir “en sí”. Seguramente, ustedes ya sabrán que uno de sus principales conjuntos de poemas lleva el título de Personae-máscaras. Llegamos aquí a lo más hondo de las razones que le hicieron dedicarse en cuerpo y alma a los escritores y artistas contemporáneos, quienes “normalmente” hubieran sido sus rivales. En él era costumbre el implorarles; les pedía que escribieran bien, les obligaba a ello si era preciso, hasta tal punto que a veces daba la impresión de alguien que intentaba explicar a un sordomudo que su casa estaba ardiendo. Pero esto no era solo consecuencia de su talante de pedagogo: también se debía a su ardiente deseo no solo de escribir bien él mismo, sino de además vivir rodeado de mentes con un poder creativo que igualara el suyo. Señoras y señores, muchas gracias por prestarme atención.
Fritz J. Raddatz, El proceso de Ezra Pound; revista Quimera, nº 49, mayo de 1985. Traducción de Juanjo Fernández

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