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[Once meses sin aportar nada es demasiada vaguería. Quizá lo dejé porque lo que leo no suele estar en las mesas de novedades. ¿Qué importa?, me he dicho esta mañana. Esto es algo íntimo. Todo lo más, para curiosos].

miércoles, 5 de enero de 2011

día 1220. El increíble Henry Darger/El deleznable Agustín Fernández Mallo



La deuda con los editores de Orsai aumenta. Se habían propuesto dedicar un espacio del primer número a Henry Darger, del que no sabía nada. Gracias a ellos me he enterado de una obra fascinante. El 15 de abril de 1973, muere  frente a un televisor encendido, en Chicago, en el apartamento en el que llevaba 30 años. Los caseros, cuando los vecinos se inquietan de no verlo en las calles, ni en las 3 misas diarias a las que asistía, entran con la policía y lo encuentran. En una habitación, encuentran también una novela de 15.000 páginas ilustrada con acuarelas como la que, haciendo una excepción, he puesto arriba. También encuentran transcripciones minuciosas del tiempo de cada día y críticas a los hombres del tiempo. Los caseros se dan cuenta del valor de lo encontrado e investigan sobre él. El párroco de la iglesia les cuenta que solo una vez aceptó hablar con él. Abandonado por el padre, vivió en varios orfanatos en la época de la depresión. Trabajó de camarero en un club de jazz, perdió la memoria de los 20 años siguientes y recuerda solo la infancia y los 30 años que vivió en Chicago. Para él, el tiempo era un día único: apuntaba las perspectivas meteorológicas de periódicos atrasados y se enfadaba cuando el día presente no se correspondía.

Toda una vida escribiendo e ilustrando maravillosamente sin que nadie lo hubiera sabido. Al párroco le confesó su horror por el sexo y las enfermedades que provocaba desde la época de los orfanatos. Le dijo que nunca había visto a una mujer desnuda. Por eso, y por el Niño Jesús gigante de la iglesia, que es el único desnudo que ha visto, las niñas ilustradas de su novela, cuando van desnudas tienen un pequeño pene.

No pretendo contar todo el artículo, sino llamar la atención sobre su interés: la idea de los artistas que trabajan en el silencio. De no ser por la sensibilidad de los caseros, al día siguiente de encontrar su cadáver, esa obra habría ido a parar a la basura. Si contara un poco más, contaría todo lo que se sabe.

Pero Fernández Mallo rellena la historia con sus referencias culturales, que nada tienen que ver con la historia: glosas absurdas a la mayor gloria de Agustín. El resto, cuenta el viaje que hace el día que entrega el artículo a Canarias, para huir de la posibilidad de que España gane el Mundial y lo que representará en los medios. No digo que un autor no pueda estar presente en la historia que escribe. Pero no con su absoluta insustancialidad. Copio unas líneas para mostrarlo, pero todo el resto es así:

“Apreté el timbre de aviso a la azafata, que vino casi al instante, y le pedí un gin-tonic. A mi derecha, un tipo sensiblemente mayor que yo (le eché unos cincuenta y cinco años), pidió uno igual cuando trajeron el mío, pero sin limón”.

¿Qué imbéciles nos rodean, que puedan encontrar interés en alguien que escribe eso página tras página?



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