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[Once meses sin aportar nada es demasiada vaguería. Quizá lo dejé porque lo que leo no suele estar en las mesas de novedades. ¿Qué importa?, me he dicho esta mañana. Esto es algo íntimo. Todo lo más, para curiosos].

domingo, 20 de febrero de 2011

día 1985. Mujer (Menchu Gutiérrez) hablar con lengua de serpiente en La tabla de las mareas

«Lo que vemos en el espejo no es una lengua bífida, sino dos lenguas –la izquierda y la derecha– perfectamente diferenciadas.
Ambas parecen inquietas y levantan sus extremos puntiagudos como cabezas de serpientes alertas.
La lengua derecha habla como un mercader, ordena su discurso –palabra número uno, palabra número dos, palabra número tres– y lo dispara, con un deje vulgar que inspira confianza, con la habilidad de un subastador de pescado en una lonja, hacia el oído que espera pulcritud de ideas.
Por el contrario, la lengua izquierda apenas es capaz de hilvanar dos o tres palabras, que salen atropelladas, y es en apariencia una lengua torpe, atrofiada. Sin embargo, cada palabra que pronuncia la lengua izquierda tiene un poder paralizante.» [p. 69]

Cierto, Menchu Gutiérrez, que usas la lengua derecha y nos cuentas una historia con un lado derecho de la ría, donde está la iglesia blanca y un lado izquierdo con la iglesia negra, que ningún sacerdote atiende, pero que en ese lado están el demonio y la demonia y aparecen los feligreses de los domingos en la iglesia blanca. Y hay una niña y un demonio y una demonia, y una mujer mayor, y una mujer joven, un hombre joven, un sacerdote de la iglesia blanca, un perro, un hombre mayor, un hombre maduro. Y hay una historia que la lengua derecha cuenta atomizada, que el lector inquietado reúne él solo. Hay un crimen negro, denso y horrendo. Que asumen y se comen. Hay una historia con un título.

Pero también hay, Menchu Gutiérrez, palabras pronunciadas con la lengua izquierda que dejan paralizado. Y eso, hablar con lengua de serpiente, no lo saben hacer todos los que escriben.

«La iglesia blanca y la iglesia negra se reparten el bosque para sus festejos.
Hay un reparto de horas y de estaciones; un reparto, también, de la inteligencia del bosque, y un extenso libro en el que se inscribe la tabla de sus mareas: mareas de luz y de temperatura, mareas altas y bajas de virtud blanca, de virtud negra, de vicio negro, de vicio blanco.
El bosque vive una marea alta de virtud negra y, a su paso, la demonia enciende esta virtud en la tierra, en el aire, en las plantas, en los árboles.
El reparto de las iglesias es ecuánime y, en la tabla cambiante de las mareas, otro día, esta misma hora de la tarde puede festejar el vicio blanco, o su aliada, la virtud.
Hoy, todas las cosas enterradas del bosque se desentierran. El bosque se invierte, y las raíces negras ocupan el lugar de las ramas. Infinitas horcas penden de estas ramas, infinitos espectros de ahorcados.
[...]
La niebla vaginal arremete contra el miedo fálico.
La demonia sale del bosque dejando tras de sí un pequeño reguero blanquecino que ahora la tierra interpreta.
Al contacto con la tierra, el semen del hombre maduro exhala un leve vapor; la tierra se queda con lo demás y abona sus larvas desheredadas.» [pp. 49-50]

Menchu Gutiérrez, La tabla de las mareas; Editorial Siruela, 1998

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