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[Once meses sin aportar nada es demasiada vaguería. Quizá lo dejé porque lo que leo no suele estar en las mesas de novedades. ¿Qué importa?, me he dicho esta mañana. Esto es algo íntimo. Todo lo más, para curiosos].

domingo, 13 de febrero de 2011

Día 1988. Antología “La geometría del amor” de John Cheever. Cuentos 14_18

La cuarta alarma

El protagonista, que como se cuenta en la introducción de Fresán ha sacado el relato de un vergonzoso acto del autor, no se me hace simpático: toda la simpatía se me va hacia la esposa. Pero ello no quita que sea un personaje entero: expuesto, pero bien descrito.

En Treetops, Susan Cheever recuerda —a propósito del origen real de esta ficción—: «Después de que mi madre dejara su trabajo en el Briarcliff College consiguió otro en la Rocksland Country Day School, al otro lado del río Hudson, donde participó en la escenificación amateur de una obra de teatro. En la obra, mi madre hacía un personaje en una boda. Mi padre se vio obligado a asistir a la función bajo protesta. Y cuando durante la representación en el escenario, el actor/sacerdote preguntó si alguien conocía algún impedimento para que el matrimonio no se celebrara, mi padre se puso de pie entre el público y generó un gran escándalo al gritar que esa mujer, mi madre, no podía casarse porque ya estaba casada con él. Mi padre era un hombre muy famoso y conocido y todos celebraron su interrupción y nadie hablaba de otra cosa después del estreno.»


Miscelánea de personajes que no figurarán

En siete apartados, renuncia a los tipos de escritura que se le critica. Claro que al leerlos, el lector desea que no renuncie a ello.

«Zam, Blam, Pow. Aquí termina mi intento de practicar la ficción del ayer. Nadie la lee desde hace cuarenta años. Desapareció junto con la pintura de caballete, y por pintura de caballete uno se refiere a esos cuadros que solían ser exhibidos en un caballete», ironiza John Cheever al principio del experimental “The President of the Argentine”.»
Uno de los relatos más atípicos y extraños en el corpus de los cuentos de Cheever, puede ser leído como feroz respuesta a los críticos que no dejaban de señalar la atomización de tramas en sus novelas como forma de insalvable imperfección y también como una feroz parodia de la propia obra que anuncia intenciones estéticas que, claro, el escritor no pensaba cumplir ni cumplió.
[...]
Dijo el escritor John Irving: «Gracias al escritor John Irving, conozco mejor a sus personajes que a muchas personas de carne y hueso, y admiro la gracia y el afecto que transmite cuando escribe a sus criaturas.»

La muerte de Justina

«La muerte de Justina» es uno de los relatos más críticos y despiadados de John Cheever a la hora de condenar la sociedad de consumo y el american way of life. [...] Aquí aparece uno de los párrafos más citados para establecer un Credo Cheeveriano: «La novelística es arte y el arte es el triunfo sobre el caos (nada menos) y podemos alcanzar este propósito sólo gracias al más atento ejercicio de la selección, pero en un mundo que cambia más velozmente de lo que podemos percibir siempre existe el peligro de que se confunda nuestra capacidad de selección y que la visión que proponemos acabe en nada.»

El marido rural

«Dos de los escritores más conocidos por su falta de entusiasmo (y hasta el desprecio) por la obra de sus colegas —Truman Capote y Vladimir Nabokov— no dudaron en su momento a la hora de elogiar a Cheever. Así, ambos escritores coinciden y se encuentran en el nombre y en la elección de este relato misterioso y magnífico —una nueva variación sobre el Aria Cheever: un hombre atrapado por su entorno sin comprender cómo es que llegó allí en primer lugar— que para muchos constituye el mayor logro literario en toda la carrera de Cheever. Una micronovela de construcción milagrosa e inimitable cuyas sucesivas lecturas no hacen más que acrecentar su enigma indescifrable para lectores y, sobre todo, escritores que se acercan a este relato con la misma devoción temerosa que otros dedican a Chartres, Keops o Teotihuacán.
«John Cheever... muy bueno... muy buenos cuentos. ¿Cómo se llamaba aquél? ¿El marido rural?», susurró Capote.
Nabokov va todavía más lejos: solía incluir “El marido rural” en el programa de lecturas de sus clases [...] le dedica el siguiente párrafo: «La historia constituye en realidad una novela en miniatura bellamente narrada, de modo que la impresión inicial de demasiadas cosas sucediendo al mismo tiempo se ve finalmente redimida por la satisfactoria coherencia a la hora de ordenar sus interrelaciones temáticas».
[...]
En una entrevista de Robert Cromie, Cheever explica: «Hay un cuento mío llamado “el marido rural” que culmina algo así como diecisiete imágenes, incluyendo a un perro con un sombrero en su boca, creo, y un tren, y una estrella, y un gato con un vestido, y un hombre, y una mujer, y más. Todo eso al mismo tiempo, y es un efecto maravilloso. Es una de las cosas más excitantes que le puede suceder a uno, pienso. Recuerdo haberlo escrito y salir corriendo de la habitación gritando “¡Miren! ¡Miren!”».

Una visión del mundo

“Una visión del mundo” es, seguro, la mejor de muchas epifanías escritas por Cheever, uno de sus más grandes logros en la crítica de los ritos perversos de la vida moderna y su entorno, y una demostración de su técnica y su prosa [...] a la hora de sostener una trama compuesta íntegramente por sueños (Tengo sueños de una densidad que me gustaría trasladar a mis ficciones”, desea en sus Diarios) y percepciones del universo hasta construir una serie de plegaria donde la lluvia (el agua) vuelve a presentarse como agente redentor.
[...]
Aquí, más que en ninguna parte, se hace evidente el mandato que Cheever se impuso para su vida de escritor y que aparece con emocionante claridad en sus Diarios: «Escribir bien, con pasión, con menos inhibiciones, ser más cálido, más autocrítico, reconocer el placer de la lujuria tanto como su fuerza, escribir, amar. [...] No disimular nada ni ocultar nada, escribir sobre las cosas más cercanas a nuestro dolor, a nuestra felicidad; escribir sobre mi torpeza sexual, el sufrimiento de Tántalo, la magnitud de mi desaliento —creo entreverlo en sueños—, mi desesperación. Escribir sobre los necios sufrimientos de la angustia, la renovación de nuestras fuerzas cuando aquéllos pasan; escribir sobre la penosa búsqueda del yo, amenazado por un extraño en la oficina de correos, un rostro apenas entrevisto en la ventanilla de un tren; escribir sobre los continentes y las poblaciones de nuestro sueños, sobre el amor y la muerte, el bien y el mal, el fin del mundo».


John Cheever, La geometría del amor, antologado y comentado por Rodrigo Fresán; traducción de Aníbal Leal. Colección Lingua Franca, Emecé.


3 comentarios:

  1. ¡Oh! Esto - este blog - parece el Paraíso!

    ;-)

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  2. Increíble.
    Y ese "¡Miren! ¡Miren!", asombrado y consciente de lo que ha hecho; de que ha hecho algo que vale la pena.

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  3. Pues no tiene verjas ni puertas, así que es tuyo, T. Esos momentos, Porto, deben ser escasísimos, pero vitales.

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